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Un poco de historia

El cobalto fue muy empleado en la antigüedad, aunque sin conocerlo. Era un pigmento que coloreaba especialmente los vidrios con unas tonalidades azules muy llamativas; así, algunos de los vidrios encontrados en la tumba de Tutankamon del 1358 a.C. tenían este elemento en su composición. Mujeres persas del 2250 a.C. usaron collares con cuentas de vidrio azules, cuyo análisis identificó a este metal. Incluso nuestros antepasados prehistóricos también lo han incluido en los utensilios de hierro de origen meteórico; en cien muestras de hierro meteórico primitivo se han encontrado porcentajes de cobalto nativo que oscilan entre el 0,5 y el 2,5%. Las porcelanas egipcias tomaban minerales de determinados yacimientos para que resultaran azules, lo cual las hacía más apreciadas; aquellos deberían contener cobalto.
A principios del siglo XVII, la química estaba con los últimos atisbos de la alquimia. George Brandt, metalúrgico de Suecia, usó un enfoque más científico. En 1735 descubrió el cobalto. Después denunció que los alquimistas que decían poder hacer oro eran un fraude.
Su nombre proviene del alemán kobalt o kobold, espíritu maligno, llamado así por los mineros por su toxicidad y los problemas que ocasionaba ya que al igual que el níquel contaminaba y degradaba los elementos que se deseaba extraer.



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